domingo, 2 de diciembre de 2012


Había una vez una joven bella, y una anciana ciega.

Ella era tan bella, tan joven, y tan inocente. Por detrás una espalda larga y joven cruzaba su esencia, un pelo de color castaño caía sobre su bonito cuello. Una piel aún sin huellas la envolvía, blanquita era, sensible parecía. Un bonito traje formaba su cuerpo, hacía que sus curvas y sus piernas se vieran tan bonitas, tan jóvenes.

De pronto, la mujer se da la vuelta, y todo cambia. Una cara triste, y cansada se asomaba por ella, una piel marcada, y arrugada formaban su cara. El tiempo jugaba con ella, el pelo marcaba cada huella. Unos colores grises inundaban cada pelo que salía de su cabeza, pero por detrás seguía castaño, joven. Esa imagen de una mujer bella despareció, y una anciana ciega se asomó. Ciega, ciega porque no quiere verse, quiere volver a ser esa mujer joven que tanto adoraba ser, esa mujer llena de curiosidades, de aventuras, de amor, de felicidad. Pero no, el tiempo jugaba con ella, aunque su pasado siempre seguirá grabado en ella.
Había una vez un pasado que era presente, y un presente que no quería ser futuro.


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